miércoles, 11 de septiembre de 2013


¿CUÁNDO REACCIONARÁ EL ESTADO?

Acabo de leer que Vargas Llosa ha alertado sobre el grave peligro de los nacionalismos. Lo ha dicho el mismo día que cientos de miles de catalanes se han echado a la calle para reivindicar un estado catalán. Y me duele, como español, que haya sido Vargas Llosa la única voz altisonante que se haya alzado sobre esa locura incendiaria. Me duele que quienes representan al Estado español, quienes gobiernan, los intelectuales de izquierda y de derecha, mantengan el silencio de los cobardes ante un movimiento separatista y excluyente que, amparado en el derecho legítimo a decidir, manipula la historia, atiza el fanatismo y cuestiona el orden constitucional de la nación. Millones de españoles asisten sobrecogidos a un espectáculo que no logran entender. Qué fácil es amplificar reivindicaciones y controversias cuando las crisis ahogan a los ciudadanos; cuando los gobernantes, impotentes ante los problemas, emplean tablas de salvación, que nunca utilizarían en situaciones normales, para ponerse ellos a salvo. Todo está inscrito en la genética de una clase política española que nunca ha sido capaz de estar a la altura de las circunstancias. Como en el famoso cuadro de Dalí, Artur Mas es el "Gran Masturbador" en esta especie de orgía que viene orquestando desde que las urnas lo acusaron de mediocre e incapaz de gobernar Cataluña. Y Rajoy, El Melifluo, el presidente tranquilo y temeroso de interferir en las leyes del tiempo y del sentido común; el político que deja que las cosas se resuelvan por sí solas en un imaginario proceso de putrefacción, como si de la vida solo le importara la muerte, como si de la muerte solo le importara el vuelo de los cuervos. Algo muy importante está ocurriendo en uno de los estados más viejos de Europa; en una de las naciones más determinantes de la historia, con sus enormes fracasos y aciertos. Algo se muere en este país, sumido en un incomprensible proceso de balcanización –o de belgicanización– que amenaza gravemente la destrucción del Estado. Y resulta patético que nuestros gobernantes, inermes, ironicen con las goteras en el Congreso de los Diputados sin advertir la presencia del huracán que amenaza con desolar el país.
Así las cosas, solo cabe invocar la fuerza del Estado de Derecho. La fuerza de las instituciones de ese Estado de Derecho. La fuerza de la Constitución Española amenazada. Pero un Estado de Derecho que quiera ejercer como tal no puede estar condicionado a la melifluidad de una clase política que transparenta en un respeto y asentimiento impostados su propia debilidad. La actual situación exige la contundente respuesta a la que obliga el cumplimiento del orden constitucional. No se puede dialogar, ni flexibilizar posturas, cuando se está atentando contra la norma sobre la que descansa el Estado. Mientras esa norma siga vigente, hay que cumplirla.